Tendemos a pensar que la gestión del ciervo, y también la cría de ciervos y otros animales silvestres, es un fenómeno muy reciente, pero de hecho no lo es. El éxito y crecimiento de las poblaciones humanas llevó en tiempos prehistóricos a la escasez de la caza e incluso la extinción de algunas especies silvestres. La respuesta a esto fue por una parte el inicio de la agricultura y la ganadería. Por otra parte, dado que los reyes, faraones y nobles gustaban de la caza, esto llevó a la forma más primitiva de gestión cinegética: prohibir la caza a todo el mundo excepto a los dueños de la tierra, y a cazar el exceso de piezas de caza, pero no cazar tanto como para acabar con todos los ciervos, jabalíes, etc. en tierra, o patos y otras aves acuáticas en zonas húmedas.
La cría en cautividad del ciervo no es mucho más reciente. Hay una imagen, un dibujo, datado de hace 5.000-6.000 años, encontrado en Alta, Finnmark, en Noruega, que muestra algo como una valla donde se capturan ciervos (algunos son abatidos, y probablemente otros son domesticados, dado que se conoce que los lapones domesticaron renos hace siglos).
Los ciervos en la historia: la cierva blanca y el general romano Quinto Sertorio.
Los lectores del boletín de IDUBA a quienes les gusta la historia probablemente gustarán de leer nuestra sección “Cifras e historia de la cría de ciervos”. Una de las cosas curiosas de esa sección está relacionada con el hecho de que algunos ciervos comunes nacen de color blanco (no son albinos, puesto que sus ojos no son rojos, y esta característica afecta solo al color del pelo). La historia de esa sección muestra cómo, entre emperadores y zares, era mejor regalo 6 ciervos blancos que joyas u oro. Sin embargo, hay una historia mucho mejor que ésta que ocurrió 1800 años antes que el regalo del zar Pedro el Grande al Carlos VI: es la historia de uno de los más brillantes (y más olvidados) generales del Imperio Romano, Quinto Sertorio, de una cierva blanca, y de una rebelión contra las élites de Roma que tuvo lugar en Hispania, en lo que hoy es España y Portugal.
La vida de Quinto Sertorio merece una película incluso si no se mencionase la historia de la cierva blanca. A la edad de 16 años, falsificó una carta mintiendo sobre su edad para ser aceptado en el ejército romano. Luchó en las batallas más duras de su tiempo. El ejército romano tenía una serie de distinciones/coronas para los mejores soldados y generales. Entre estas, la más difícil de conseguir era la corona de hierba (corona gramínea). Ésta se daba a la persona que hubiera salvado un ejército complete, y solo 10 oficiales o soldados romanos la obtuvieron en la historia de Roma. Julius César, Escipión y otros grandes generales no pudieron conseguirla a pesar de sus cualidades en el campo de batalla, pero Quinto Sertorio consiguió una al salvar a todo un ejército en su lucha contra un rey íbero en la ciudad de Cástulo (hoy Linares, en Jaén, Andalucía) en el año 93 a.C. Parece ser que la historia fue así: se presentó voluntario para entrar al territorio enemigo y conseguir información sobre los ejércitos íberos. Cuando estaba cerca de la tienda del alto mando enemigo, se dio cuenta de que tenía un problemón: no podía acercarse lo suficiente como para entender lo que decían… ¡porque nadie hablaba latín! De inmediato ideó un plan tan absurdo que era prácticamente imposible que tuviera éxito. Cuando uno de los generales del enemigo salió al “baño” en el campo, le golpeó en la cabeza y corrió con él sobre sus espaldas tan rápido como pudo, perseguido por arqueros enemigos. Contra toda probabilidad, alcanzó el campamento romano con su rehén intacto. Sin embargo, él no tuvo tanta suerte: había estado corriendo con dos flechas clavadas en sus piernas.
Su asociación con la cierva blanca empezó hacia el año 90 a.C. En la capital había estallado una guerra civil, la que convertiría la república romana en su conocido imperio. El tío de Sertorio, Cayo Mario, era uno de los más grandes generales de Roma y defendía el partido del pueblo. Otro general, Sila, defendía a las élites ricas de la ciudad. Como era de esperar, Quinto Sertorio se puso de parte de su tío para defender al pueblo. Fue enviado a Hispania para impedir que el partido de Sila tomara el poder en esta estratégica región (que producía ríos de plata, comida y aceite de oliva para Roma). Los inicios de las batallas de Sertorio difícilmente podría haber sido peor: Roma envió un ejército de 20.000 de sus famosos legionarios para cruzar los Pirineos, y éstos consiguieron destruir la mitad del ejército de Sertorio. Con solo 3.000 hombres, el fin de Sertorio parecía próximo. Partió al mar y al norte de África.
El “milagro” de la cierva blanca. En el año 80 a.C. Sertorio desembarcó cerca de Cádiz y empezó a ganar batallas. En algún momento, alguien le dijo que un pastor de sus territorios tenía una cierva y que esta había parido una cierva blanca. Sertorio sabía que los hispanos y lusitanos creían que los ciervos simbolizaban la fertilidad y la buena suerte. Domesticó la cierva blanca y le dijo a sus ejércitos que ese animal era una señal de que los dioses estaban de su parte, y que mientras que la cierva luchara de su lado, nunca serían derrotados.
¡Su promesa funcionó! Se le unieron 4.000 soldados lusitanos y 700 jinetes. Roma envió un ejército 10 veces mayor, pero Sertorio no solo tenía la habilidad de engatusar con fábulas mágicas a sus súbditos. Ganó batalla tras batalla a pesar de tener un ejército más pequeño porque era más inteligente y un estratega militar mucho mejor. Cuando había conquistado casi toda la península, demostró que su además de cerebro militar, tenía carisma y su amabilidad: se ganó el favor de una tribu tras otra al reducir los impuestos, al tratar con dignidad a las tribus locales, creó una universidad (academia) en Huesca, e incluso algo parecido a un senado similar al de Roma. En España estaba naciendo una nueva Roma. Hubo un momento en el que incluso los ejércitos romanos empezaron a ponerse de su parte y entre estos, se unieron de golpe 20.000 soldados y 1500 jinetes. Hacia el año 76, tenía un ejército de íberos “romanizados” y legionarios romanos de 60.000 hombres y 8.000 jinetes. La cierva blanca parecía haber hecho un milagro. Furioso en Roma, Sila envió un ejército de 50.000 hombres y 1500 jinetes. Sila había oído la historia de la cierva blanca, pero cuando Sertorio y su cierva blanca ganaron una batalla en un día en Liria (cerca de Valencia), matando 2 legiones (10.000 hombres), y otra batalla más por la noche de ese mismo día, matando otros 10.000 legionarios del ejército romano (de hecho, 12% del ejército romano), Sila comprendió que en algún lugar de España, una cierva blanca se había convertido en el problema más importante de Roma. Por una parte, Roma envió más y más soldados, mientras que Sertorio perdía hombres sin poder conseguir compensar con nuevos soldados. Pero además, todo el ejército romano sabía que la cierva blanca era tan preciosa para ellos como la cabeza del mismo Sertorio. Las buenas historias a menudo acaban de forma triste, y el principio del fin de Sertorio tiene que ver de Nuevo con la cierva blanca (aunque esto parece ser más una anécdota que una historia real). La cierva blanca desapareció antes de una batalla decisiva y a Sertorio casi le dio un ataque al corazón cuando se enteró. Su ejército estaba desanimado ante la perspectiva de la batalla. El ejército romano hizo saber que había matado a la cierva para hundir más la moral de su enemigo, pero ciertamente no podía mostrar como prueba la piel de la cierva como trofeo. El historiador romano Suetonio escribió que, en un determinado momento, ambos ejércitos se olvidaron totalmente uno del otro, dejaron de luchar, y usaron todas sus fuerzas para encontrar la cierva blanca, cruzándose unas partidas con otras sin preocuparse de otra cosa que no fuera ser el primero que la capturar viva (o en el caso de los romanos, de matarla) a aquella cierva mágica. En un determinado momento, la cierva blanca apareció en el campo de batalla del lado de Sertorio, y todo el ejército ibero-romano enfurecido cargo contra el que había sido enviado por Roma: la victoria parecía estar al alcance de la mano. Al parecer, el ejército y su cierva cruzaron un río. Para sorpresa de todos, la cierva que había entrado en el río blanca, salió marrón (demostrando que no era la auténtica), y esa batalla (y muchas de las que le siguieron) la ganó el ejército enviado por Roma.
Aunque esta no es la única aparición de los ciervos blancos en la historia de la humanidad, el relato de Sertorio y la cierva blanca es con mucho el más importante (y el menos conocido), dado que Sertorio casi consiguió crear una nueva Roma tras 5 años de guerra si a la pobre cierva blanca no la hubieran matado. Hoy en día, se puede ver esta curiosa variedad de ciervo común en granjas como la del vicepresidente de IDUBA, Dainis Paeglitis, en Saulstari (a 50 km de Riga, Letonia: www.safariparks.lv).
Izquiera: Ciervo blanco en la granja Saulstari, Sigulda, Letonia.
Derecha: el general romano Quinto Sertorio.